26.9.05

El ocho

(...) - Shanin -dijo pensativamente Charlot-, ¿por qué se ha enfadado el general Bonaparte por lo que he dicho? Todo era verdad.
Shanin permaneció un instante en silencio.
- Imagina que estuvieses en un bosque oscuro donde no pudieses ver nada -dijo después-. Tu único compañero es un buho... que puede ver mucho mejor que tú porque está preparado para la oscuridad. Ésa es la visión que tú tienes... la del buho... que te permite ver más adelante mientras los otros se mueven en la oscuridad. Si estuvieras en el lugar de ellos, ¿no tendrías miedo?
-Quizás... -asmitió Charlot-. ¡Pero no me enfadaría con el buho si me advirtiera que estoy a punto de caer a un pozo!
Shanin lo miró un momento, con una sonrisa desacostumbrada en los labios. Por último, habló:
- Poseer algo que no tienen los otros siempre es difícil... y en ocasiones peligroso -dijo-. A veces es mejor dejarlos en la oscuridad.(...)


Si alguien creía que todas las críticas que se iban a escribir aquí debían ser forzosamente halagüeñas, está a punto de descubrir que no es así. Y es que, a decir verdad, este libro no me ha gustado.
Sí, bien, es una novela de aventurillas (como también lo era El Código Da Vinci), pero este es, además, pretencioso y lento. Junta la historia europea moderna con las primeras leyes matemáticas, con la física y la superstición, todo en una trama familiar pseudo-endogámica, en escenarios que van desde Manhattan a Argel, pasando por París y San Petersburgo. Demasiado ampuloso y flemático pero, sobre todo, con demasiadas ambiciones mal resueltas para tratarse de un pasatiempo.
A veces soy demasiado cabezota, y no soporto dejar libros a medias. Pero, si os fiáis algo de mi criterio, os aseguro que tenéis cosas mejores con las que pasar el tiempo, con todos los respetos del mundo a un Best-Seller mundial y a su público.